Tan mal como está el mundo, violento y lleno de sin sentido, tan solo refleja el abandono en el que están las personas.
El analfabetismo actual consiste en la falta de conocimiento sobre uno mismo, de lo que somos y de lo que necesitamos como seres humanos. Todos llenos de válvulas de entrada y salida, para recibir, transformar y dar. Pero son precisamente las de salida, las relacionadas con el dar, que en estos tiempos se taponan por la forma de pensar y valorar que tenemos. Equivocadamente nos emplazamos ante el mundo como seres llenos de deseos, dispuestos a adquirir cosas para satisfacernos y apenas se deja espacio mental para considerar lo que nos pasa, o percibir a los otros, o imaginar un mundo mejor.
La mirada externa, lo que creemos que los demás valoran o piensan de mi, siempre nos encorseta y delimita, pero con frecuencia sucede que a nadie le importa nadie.
Tiempos grises para el ser humano cuando se olvida de sí mismo, culpabiliza a otros de su situación y baja los brazos ante la posibilidad de comprometerse con otros y rebelarse ante su propio sufrimiento. Ni tan siquiera está entre las mejores aspiraciones ser una persona valiente, bondadosa, generosa o con sentido común. No se trabaja para moldear estas cualidades. Se trabaja por dinero y lo común es despistarse de las cosas importantes.
Una persona está bien cuando sus ámbitos, el entorno en el que se expresa, las personas que le rodean, están bien y piensa en cómo puede con su atención, esfuerzo o cambio personal hacer que vayan mejor.
Para "Tratar a los demás del modo en que quiero que me traten", tenemos mucho que aprender. Para "tratarnos bien a nosotros mismos" también necesitamos despojarnos de muchas creencias y modelos sociales que perseguimos sin conseguir por ello ser más felices.
Queremos un mundo sin violencia, pero pocos se revelan ante sus tensiones, sus compulsiones, sus temores o sus deseos,... Es necesario ese cambio que empieza en el interior de cada uno para ir al mundo de otro modo, sin expectativas, pero aportando nuestro propio esfuerzo.
Se caen los viejos motorcillos que nos hacían ir al mundo, ¿Y si fallan esas ilusionantes imágenes que nos han vendido? ¿Y si hubiera un motor interno diferente para movernos? ¿Y si la fuerza que me da alegría y me ayuda a centrarme en las diferentes situaciones tuviera que ver con un Propósito? Tal vez ese Propósito habita en cada uno hace tiempo y se trata tan solo de encontrarlo.
El encerramiento, la molestia que los otros producen en cada uno, se debe a la gran debilidad en la que se ha caído. Las personas cercanas, queridas, con las que compartimos nuestro afecto, nos colocan ante los fallos de nuestro propio personaje, nos evidencian las conductas que no van y son también los que cambian cuando nosotros cambiamos.

Me encanta todo lo que escribes. Genial 😉
ResponderEliminarMuy interesante el articulo. Gracias por escribirlo
ResponderEliminarVerdad y necesario
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